4.27.2008

La luna cautiva

El castillo estaba custodiado por libélulas que volaban a su alrededor noche y día, en la luz y la oscuridad.
La doncella, ansiosa por escapar de su tormento y recordar el sentimiento de su marchitada libertad, pedía al cielo continuamente un momento de descanso; rogaba constantemente por un destello de esperanza en su negra habitación. Pero las rejas de su salida se hallaban forjadas con el más profundo odio y la más dura amargura de la traición; los candados de su puerta estaban asegurados con rencor aprisionado.
Su único contacto con el mundo fuera de su cárcel era su ventana. Por ella observaba cada amanecer y cada atardecer. Pasaba el día ocultando su rostro de las miradas de los curiosos. Pasaba la noche llorando y sollozando a las estrellas. Hasta que vio la luna.
Deseó entonces algo que las estrellas siempre le habían negado; y encontró su oportunidad.
Un rayo de luz de luna entró por la ventana y tocó su corazón. La princesa cayó inmóvil sobre el suelo húmedo y derramó su sangre gota por gota; su sangre color celeste y plateado.
Las libélulas se agitaron estrepitosa y repentinamente y comprendieron aún en su miserable inferioridad que habían fallado en su tarea de mantener 100 años presa su femenina belleza.
De ese día en adelante, la luna parece sonreír noche con noche y dar aliento a las almas cautivas que buscan liberarse en el amor.

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